Economía Feminista de Mercedes D’Alessandro

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Escrito por Andrea Bedoya

A través de la investigación rigurosa, quiero iluminar las historias de las mujeres a través del tiempo.

marzo 7, 2024

Reseña sobre el libro Economía Feminista de Mercedes D’Alessandro 

Penguin Random House Grupo Editorial, 2018

¿Te imaginas que los hombres trabajaran gratis en la fábrica solo porque es propio de ellos?

Silvia Federici

Podría decir que el libro “Economía Feminista” trae a mis memorias los primeros encuentros con la idea de que las actividades que hacía mi madre por mi hermana, mi padre, mi familia y yo, no eran un simple acto de amor, sino que son actividades que implican esfuerzo y que, por ende, son un trabajo, no remunerado, claro. No remunerado, no remunerado… dos palabras que han quedado mi mente. Y, es que siento que ¡este libro me vuelve más crítica! Pienso, analizo y comprendo que lo que hacen las mujeres en casa son acciones, son la más primitiva forma del capitalismo: cuidar, alimentar y formar ciudadanos (obreros). Pero que no se remunera… Esto se quedó en mi pensamiento, entró a mi bagaje conceptual. Así, tal y como espero, que se quede en quienes leen estas palabras.

La doctora en economía, Mercedes D’Alessandro, nos presenta en su libro un estudio sistemáticamente cuantificado, ordenado y justificado que nos brinda las herramientas para comprender cómo funciona el mundo del trabajo para los dos géneros mayoritarios del mundo. A través de 11 capítulos nos acerca a una idea realista de lo que implica ser mujer en la actualidad, los desafíos y desigualdades que se enfrentan, todo desde la más hermosa y reconfortante economía feminista que pone su objetivo en reconocer el trabajo doméstico no remunerado. En este sentido, en su capítulo uno llamado “Las mujeres ganan menos que los hombres en todo el planeta (y tu mamá, también)”, nos brinda un contexto estadístico real evidenciando tajantemente que la población más pobre son las mujeres, ya que en el mundo laboral ganan mucho menos que los hombres, así estén mejor preparadas. Según la autora, la OIT expone que si se suman todos los trabajos regulares e irregulares de los hombres y las mujeres, casi un 60% de estas últimas en Latinoamérica y el Caribe trabajan en empleos irregulares. Esto evidencia se contrarrestan con el hecho de que existe una brecha salarial muy amplia de casi el 30% en toda Latinoamérica, y que en países como Estado Unidos llega casi del 40%. De este modo, D’Alessandro nos plantea el interrogante sobre ¿vale la pena formarse? Según ella, además de otros obstáculos como el techo de cristal, el constituir una familia sigue siendo una de los mayores encrucijadas para las mujeres que están en función del desarrollo de su carrera profesional, ya que cumplen el papel de madre y el del trabajo doméstico, mientras que en el caso de la mayoría de los hombres sólo se tienen la obligación de sus trabajos y sus roles en casa que no implica más allá de sacar el perro o botar la basura.  

Este panorama nos conecta con “Amas de casa desesperadas”, su segundo capítulo. En estas hermosas paginas se nos ilustra sobre el análisis acerca del concepto de la doble jornada, que nos toca a todas, una categoría que nos explica cómo las mujeres han sido adjudicas y naturalizadas como cuidadoras, históricamente. Es por esto que en nuestra lógica cotidiana, los hombres se dedican al trabajo remunerado y las mujeres al no remunerado. Es decir, desde hace pocos años se ha visibilizado, por medio de la crítica feminista, que las actividades que las mujeres realizan en casa tienen un valor monetario que no es reconocido. De manera que, según la autora, el trabajo doméstico dentro de la teoría económica queda en un espacio en medio, vacío, inerte e “invisible” para todos. Sin embargo, el verdadero peso de este trabajo se hace evidente cuando se enfrenta el costo de cuidados o servicios especializados. Es en ese momento cuando estas responsabilidades adquieren un valor tangible.

Y, esto están real que uno de los datos que más me sorprendió fue el hecho de que las mujeres trabajen, en promedio, más de 2.6 horas al día que los hombres, ya sea en empleos remunerados o no, es un fenómeno notable. Además, incluso cuando tanto un hombre como una mujer están desempleados, la mujer invierte aproximadamente 1.2 horas más que el hombre en labores domésticas no remuneradas. Por lo que podemos darnos cuenta de que a eso que llaman amor es trabajo no remunerado. De este modo, es necesario el establecimiento de un sistema salarial para las amas de casa, con el fin de visibilizar y reconocer el valor de su trabajo, en el que el Estado debe desempeñar un papel activo fundamental en el desarrollo de sistemas de cuidado que no perpetúen la desigualdad de género, mejorando así la calidad de vida tanto de quienes reciben los servicios como de las profesionales que los brindan. Esto con el fin de terminar con la lógica separatista-capitalista de padres y madres, de sus actividades y responsabilidades, lo cual genera que los hombres estén constantemente buscando un empleo con mayores ingresos, sacrificando tiempo con sus familias debido a su rol de proveedores.

Así no tendremos “Madres al borde de un ataque de nervios”, tal y como se titula el capítulo tres, ya que además del trabajo no remunerado que implica ser ama de casa, debemos tener en cuenta que el trabajo de cuidar los hijos recae en la madre, y ambos trabajos son no remunerados. Es por esto que, según Mercedes, sí hay un imaginario sobre el hecho de que un embarazo no es igual a productividad. Por lo que, en el mundo existe una división sexual del trabajo donde a las mujeres se les asigna el rol reproductivo y a los hombres el rol productivo (según Engels), y cuando las mujeres se ven sumidas en el un laberinto de una doble jornada sienten que el agotamiento físico y emocional es severo. Esto se ve agravado por el estereotipo que desalienta a los hombres a tomar los permisos de paternidad que les ofrecen en sus trabajos. Por lo que, se requiere apoyo y ayuda de los hombres para el cuidado de los hijos y la familia, pues como se ha visto no es un trabajo exclusivo de las madres.

Esto refuerza el hecho de que “La pobreza es sexista”, tal y como lo anuncia la autora en el capítulo cuatro, demostrando que las personas más pobres del planeta son las mujeres, ya que no tienen tiempo para estudiar y trabajar en algo que no sea el trabajo doméstico no remunerado, por tanto ganan menos o nada. Esto nos deja como la población más marginada económicamente, donde las niñas se consideran como las personas con más tendencia a ser pobres, ya que no poseen tantas propiedades e inmuebles, y no acceden a servicios básicos como el agua, energía, gas, alimentación, salud y educación. Esto contrario de los hombres que no se encargan del cuidado, sino que participan de trabajos remunerados. Por tanto, las mujeres trabajan igual que los hombres, pero tienen más tareas en el hogar (no remuneradas).

Si pensamos un poco en el campo laboral fuera de lo doméstico, tenemos que trasladarnos al campo de las mujeres como líderes. Aquí nos trae de D’Alessandro, a su capítulo cinco, “la barbie CEO de cristal”, donde nos ofrece un análisis revelador. La autora presenta evidencia estadística que sugiere que la participación de mujeres en juntas directivas conlleva menos riesgos en la toma de decisiones. Esto se debe a que cada individuo posee habilidades distintas y las mujeres, a lo largo de la historia, han desarrollado destrezas en el ámbito privado que resultan valiosas en el mundo empresarial, como un análisis exhaustivo de todas las variables, sin precipitación. Sin embargo, hay cifra alarmantes como el hecho de que para el 2017, apenas el 8% de los líderes mundiales eran mujeres. De esta manera, el gran desafío que enfrentan las mujeres es el denominado ‘techo de cristal’, visibilizado y nombrado como una barrera transparente, casi invisible, que lleva a la creación y reproducción de estereotipos como la exclusión de las mujeres en el campo laboral, lo cual las encierra en actividades donde no pueden producir ni acumula capital.

Esto se suma al capítulo seis titulado “Las mujeres al poder”, donde se nos proporciona una explicación significativa. Por ejemplo, en el ámbito político, se observa que, a pesar de contar con mujeres altamente cualificadas, estas ocupan menos cargos de alta jerarquía que sus contrapartes masculinas. Por tanto, es esencial alcanzar la igualdad de género en la participación política y lograr una representación equitativa de todos los géneros para garantizar una verdadera representación de nuestros intereses. Es imperativo tener mujeres en roles de liderazgo que nos representen en todas las áreas, ya que el poder sin una perspectiva de género no puede abordar las realidades específicas que enfrentamos, como los procesos reproductivos, el parto, la violencia y la discriminación en todos los ámbitos. Esto implica cambios profundos en el mercado laboral, en la formulación de políticas públicas y en el acceso universal a los derechos. No es suficiente abordar sólo algunos problemas relacionados con las mujeres en la agenda política; se necesitan transformaciones estructurales que fomenten una sociedad más justa y equitativa para todos y todas. Además, las mujeres deben desafiar más allá los roles que les han sido impuestos durante siglos, reclamando su lugar en pie de igualdad en todos los aspectos de la vida.Principio del formulario

¿Pero y qué pasa cuando llega el conflicto entre ser madre o dedicarse a una carrera científica, además de los estereotipos y roles de género? Aquí llegamos al capítulo siete, la encrucijada, “Alicia en el país de las maravilla, las mujeres y la ciencia”, este uno de los últimos campos donde estamos empezando a ser más representativas. Por ejemplo, en Bolivia las mujeres son más que los hombres en la ciencia, pero en países como como Argéntica, Uruguay, Paraguay y Colombia apenas llegan a un 30%, y en países europeos como Francia y Alemania no llegan el 25%. Por ejemplo, en Argentina se tiene que apenas el 25% de las mujeres están aún cargos principales. Además las mujeres debido a sus contextos como cuidadoras escogen carreras poco pagadas, como la enfermaría, pues apenas el 18% de las mujeres estudian carreras informáticas, por lo que la participación de las mujeres en empresas tecnológicas como Google, Meta, X, Amazon, entre otros, es del 15%. Pero esta idea nos remite al dilema de los dos cuerpos, donde se crea el estereotipo de que ser científica y madre es imposible, pues, según la autora, en la ciencia hay una masculinización de las identidades de las mujeres.

De este modo, es necesario, según Mercedes, la perspectiva de género en la economía y otras ciencias, tal y como lo expresa en su capítulo ocho llamado “Economía en ropa interior”. Allí la autora nos adentra en el contexto histórico de las corrientes de pensamiento económicas que nos rigen, por una parte, está el neoliberalismo que usa al capitalismo como medio de acción, dejando como resultado la desigualdad económica, social y política. Por otra parte, está el enfoque marxista que considera al capitalismo como una de las formas de producción más agresivas de las historia donde la acumulación de riqueza, es decir, es la punta del iceberg; este divide cuerpos y mentes tomándolos como instrumentos para la producción del capital. Finalmente, está el enfoque medio en el que se busca transitar la economía, donde el Estado sea quien domine y controle el capitalismo, controlando la desigualdad en términos de políticas y acceso a oportunidades. Pero, para la autora, es claro que ninguna de estos enfoque tiene perspectiva de género, ya que no se visibiliza dentro de los resultados la participación de las mujeres en los procesos económicos.

Por tanto, el debate feminista se centra en el hecho de que el sistema capitalista no reconoce el trabajo doméstico y de cuidado que en su mayoría es ejercido por mujeres como remunerado, por lo que en la lógica del mercado no se tiene presente. Esto es algo que ya venían enfatizando Friedrich Engels, al exponer que la prisión de las mujeres era el trabajo privado del hogar, y como Silvia Federici complementaria, no remunerado. Por lo que el trabajo doméstico es una de las principales bases del funcionamiento de la vida capitalista, se debe cuidar a quienes trabajan, se debe cuidar a quienes van a escuela, se debe enseñar, ir de compras, cocinar, limpiar, lavar, planchar, entre otros oficios que se asocian a la vida “natural” de las mujeres cuando se casan o no, pero que en términos poco nostálgicos son trabajadoras y cuidadoras a quienes no se les remunera. De este modo, la economía feminista busca que se mida y designe un espacio en las cuentas del Estado a los trabajos del cuidado. Así mismo, la autora en el capítulo nueve titulado “La inclusión de las variables LGTBI en los modelos económicos” muestra cifras que confirman que las personas que se identifican como LGTBI son más susceptibles a padecer desventajas económicas. Se estima que en Estados Unidos, un hombre gay gana un 32% menos que un hombre heterosexual con la misma calificación. Además, preocupa que solo el 2% de las personas trans en Argentina hayan cursado un nivel universitario.

¿Pero y ¿cómo “Como hacer la revolución sin perder el glamur”? Esta la reflexión que nos deja D’Alessandro, en el capítulo 10, al ilustrarnos sobre cómo los estereotipos de género permean todas las esferas sociales, donde, por ejemplo, existe una preocupación significativa sobre la percepción de que el feminismo intenta destruir la feminidad, cuando en realidad está ya se encuentra deteriorada, corrompida y manipulada por los dictámenes históricos que nos dicen quienes somos, qué hacemos, cómo nos comportamos y en qué nos desempeñamos. Esta idea la dejo muy conectada con una experiencia que percibí hace poco observando la película Poor Things del director Yorgos Lanthimos, centrada en la vida de Bella Baxter (interpretada por Emma Stone), una mujer que encarna la mente, el cuerpo como centros de conciencia y exploración profunda individual, y, por otra parte, se nos muestra en ellos el control que existe de parte factores institucionales externos de producción como el padre, el esposo, el amante, el hijo, los otros. Esos que toman el cuerpo, la mente y las habilidades de las mujeres para su uso productivo, reproductivo y de cuidado, como bases para el movimiento de la rueda capitalista. Constantemente se nos dicta cómo debemos ser y vestir: si usamos poco maquillaje, no funciona; si usamos mucho, somos consideradas poco confiables. Por lo tanto, la noción de masculinización ante adaptación al mundo laboral no es la solución. Se trata más bien de construir opciones que permitan elegir la vida que se desea, sin menospreciar ningún tipo de trabajo, incluido el doméstico, pues la feminidad no es estática e implica la esfera individual de cada una.

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Finalmente, para la autora en su capítulo 11, “¡Hasta la Victoria’s Secret!”, es evidente que las mujeres trabajan el doble y ganan menos. Esto queda reconocido y justificado en este libro, demostrando que la desigualdad de género tiene muchos niveles y escalones, y que esto se relaciona con el hecho de que las personas hemos sido educadas desde los roles donde hombres y mujeres son distintos y desiguales. Por lo que, hay muchas acciones que pueden implementarse desde diversos contextos como la repartición equitativa de las tareas del hogar, hasta políticas orientadas a la igualdad como permisos compartidos o sistemas de cuidados renumerados. En este punto la tecnología y la inteligencia artificial podría suponer, para la autora, una supuesta fuerza igualadora entre hombre y mujeres. De este manera, Mercedes reflexiona sobre el camino que debe seguir el feminismo como organización social igualitaria para que avance, este se relaciona con usar todo lo que se nos ha enseñado durante siglos en el trabajo doméstico no remunerado, visibilizarlo y ser más conscientes de quienes somos y la importancia que tenemos en el sistema económico capitalista, “por eso la economía feminista será revolucionaria o no lo será”.  

Recordaré esta lectura como una de las verídicas y realistas que tendré en mi proceso de aprendizaje.